El artista como arqueólogo

Del todo a las partes. Deconstrucción del paisaje

Muestra colectiva

Sede: Museo UPAEP

Febrero 2016


En 1972 Italo Calvino publicó Las ciudades invisibles, un metafórico texto en el que el autor nos permite ser testigos de las narraciones con las que el viajero Marco Polo deleita los oídos del gran conquistador Kublai Kan. El veneciano es un heraldo, y su misión es recorrer todo el imperio para posteriormente, en presencia del monarca, recrear cada una de las ciudades conocidas, pues irónicamente, la vastedad de su territorio ha hecho imposible que pueda aprehenderlo en su totalidad.

Marco Polo narra las ciudades de tal forma que Kublai Kan reconstruye en su mente todo lo que en esos lugares sucede. El estilo metafórico y ornamentado del cronista embelesa y alimenta la creatividad del líder mongol a la vez que genera en él imaginarios que sólo son posibles a través de las narraciones subjetivas que su interlocutor le proporciona.

Poco a poco la historia deja ver que aunque el emperador jamás estará físicamente en ciudades como Pentesilea, Zoe o Bauci, las construcciones narrativas que Marco Polo ha inventado para él le permiten conectarse con partes de esos mundos que son sólo posibles de concebir a través de la perspectiva que el viajero le ofrece, pues en su versión del lugar está implícita su propia individualidad. Incluso el lenguaje verbal les resulta insuficiente, por lo que en vez de palabras prefieren comunicarse con señas, ademanes, bailes y gestualidad.

Las ciudades invisibles abre la senda de la ensoñación, lo metafísico y lo etéreo, pero también alude a los modos en que los símbolos permiten a los sujetos vincularse con la parte abstracta e intangible de algo tan real como lo puede ser una urbe. Cada ciudad que Marco Polo describe mantiene concordancia con un lugar que visitó pero que definitivamente no es el mismo que relata, pues ahora él se ha integrado en la narración y retrata a la ciudad a través de su mirada. Por su presencia y perspectiva un nuevo espacio ha nacido, que es simbólico y existe en el imaginario de otro, pues como lo pensó Kublai Kan “quizá el imperio […] no es sino un zodiaco de fantasmas de la mente”.

El proyecto Arte y territorio que durante el 2014 impulsaron Cal Gras y Nómade, versa precisamente sobre cómo el análisis y la interpretación de la territorialidad son detonantes para el autoreconocimiento a la vez que permiten generar conexiones con “el otro” subjetivo, geográfico, intelectual o estético. Siendo uno de los principios rectores de Cal Gras fungir como un espacio creativo que se ocupa de indagar en las construcciones fácticas del arte, es natural que las reflexiones sobre el espacio (en sus sentidos conceptuales y tangibles) sean el leitmotiv de su estandarte. Así, reflexiones sobre la localidad, la memoria, la colectividad, el documento y la ciudad constituyen el detonante creativo para los artistas que confluyen en Cal Gras en sus programas de residencias, volcando la mirada siempre hacia la construcción estética a partir de los núcleos sociales que cohabitan el espacio. Nómade por su parte, busca desde la crítica y la reflexión analizar las propuestas creativas que confluyen en el espacio urbano promoviendo puntos de conexión entre fenómenos específicos y posturas teóricas plurales provenientes de distintas localidades, por lo que su soporte virtual representa una herramienta potente para lograr su cometido. De la comunión intelectual de estos dos centros de gestión y análisis del arte surge la ya mencionada Arte y territorio, convocatoria que invitó a que los participantes reflexionaran -desde disciplinas y acercamientos varios- sobre las posibilidades de simbolizar la ciudad de Avinyó para proyectarla desde el diálogo artístico a un autoanálisis y a un reencuentro con el mundo.

Como si se tratara de Marco Polo en el texto de Calvino, ocho artistas (exploradores) de diversas latitudes se dieron a la tarea de recorrer, documentar, sentir y convivir con Avinyó (sus habitantes, espacios, historia, relatos y fantasías), que ahora llega a nosotros del mismo modo que las ciudades místicas que otrora fueran parte del reinado de Kublai Kan: a través de las construcciones sociales que los creadores presentan ante nosotros. Avinyó se muestra así como ocho ciudades diferentes, ocho símbolos que fueron construidos para dar paso a la ciudad mítica que ahora fluye alejada de su anclaje material.

El “fenómeno artístico” de Avinyó se integra por dos componentes elementales en la construcción de objetos artísticos, los cuales se encuentran en un constante proceso dialéctico y abren las dimensiones apreciativa e interpretativa ante quien los observa. Juan Diego López[2] identifica por un lado la denominada “imagen artística”, que es también entendida como el principio de realidad a partir del cual el productor de la obra reflexionará para después concretar en un objeto. A la vez, existe también el “signo estético”, que involucra las cualidades formales y por lo tanto es la parte aprehensible de la obra, el cuerpo físico que el artista ha decidido darle a esa abstracción subjetivada del mundo. Es importante hacer notar que, tanto la imagen artística como el signo estético implican juegos de dualidades, donde el artista –a través de un método dialéctico-, combina lo objetivo de las ideas con las formas sensibles extraídas de su propia reflexión y entendimiento personal del mundo.

De este modo, el fenómeno artístico, se presenta como un símbolo que reúne pensamientos subjetivos acerca de conceptos objetivos, y que se manifiesta materialmente como una combinación de aspectos (ideas) reconocibles del mundo expresados desde una visión individual, pero que por su constitución tienen la posibilidad de conectar con otros, pues se articula empleando formas convencionales (reconocibles y legibles por otros) aunque con niveles complejos de subjetividad que el autor determina. En adición, este proceso formativo del fenómeno artístico se distingue de otros procesos simbólicos por problematizar la dinámica entre el significante y el significado, pues la relación que hay entre ellos no está hecha de manera obvia ni directa sino a través de mecanismos de sustitución, lo que significa que los signos artísticos emplean puntos de tensión entre lo convencional y lo personificado para invitar al interpretante a realizar una lectura compleja y poco usual del símbolo. Así pues, la base y riqueza del fenómeno artístico es la contradicción dialéctica, donde lo objetivo y lo subjetivo se funden de una manera poco convencional para permitir una interpretación “no-literal” del entorno, siendo quizás ese, uno de los grados más complejos de relación entre el ser humano y su mundo.