Para empezar, un cliché intelectualoide: los acontecimientos de Blade Runner –película estrenada en 1982, dirigida por Ridley Scott– se desarrollan en 2019. Es entonces cuando comienza la persecución y “retiro” de los replicantes ante el temor de que el mundo de los humanos sea invadido y tomado por lo que ellos mismos crearon. Los replicantes son reproducciones de humanos, imitaciones esclavizadas, mera bioingeniería que, sin embargo, se convierte en algo más humano que lo humano: adquieren memoria, imaginan y buscan dar lugar a su propia existencia. El temor de fondo que late en el film es reconocer al otro como un igual y, con ello, desbancar al humano del trono desde el cual dirige el mundo. El combate entre humanos y replicantes estaría sucediendo hoy y, hay que decirlo ya, proponerle al lector encarnar la posición del replicante es el interés de este texto.
El historiador Serge Gruzinski inicia La guerra de las imágenes citando Blade Runner y haciendo una poderosa analogía en la que América Latina, y particularmente México, aparece desde la Colonia como una región de replicantes cuyo fervor por la imagen se continúa hasta el presente. Que los colonizados sean replicantes significa que su valor como humanos y sus modos de sentir y representar el mundo están en un nivel inferior. Para Gruzinski, la Colonia se consolidó culturalmente cuando los replicantes se asumieron como tal y adoptaron el imaginario europeo dominante. Sin embargo, el hecho de que el imaginario colonial se instalara en la Nueva España implicó un transplante ríspido que se mantiene hasta la fecha y que afecta especialmente nuestras estructuras y modos de sentir y pensar.
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Publicado en: Lado B
Enero, 2019